Oceanía

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Viajar a Oceanía siempre había sido un sueño para mí. Es más, hubo un momento en mi vida en el que planteé emigrar a Australia. Cumplía con todos los requisitos que pedían en la Embajada de Australia: excelente inglés, una carrera universitaria y pocas cosas más. Me preparé para ir, pero cuando vi los precios de los billetes de avión en aquella época que ascendían a 250.000 pesetas de aquel entonces y yo apenas entraba en la veintena, me asusté y más cuando supe que sólo era el billete de ida.

Por fin, 30 años más tarde pude cumplir mi sueño de viajar a este continente y visitar largo y tendido Australia y Nueva Zelanda.

Aunque ambos son países bastante ricos y especialmente Australia para los apenas 20 millones de habitantes tiene un nivel de vida óptimo, lo que vi no me gustó del todo. El clima es de lo más imprevisible. Aunque fuí en el verano austral y huyendo de las gélidas temperaturas alemanas, el tiempo era horroroso y no sólo un día: las casi 5 semanas que pasé allí.

Además de eso, el hecho de haber por doquier animales peligrosos hasta el punto de no poder bañarte tranquilamente en ninguna playa por el acecho de tiburones, cocodrilos marinos, medusas venenosísimas y que en los parques de Sydney exista una araña tan venenosa que si te picara, sólo tienes 30 minutos para acercarte a un hospital y que te pongan un antídoto o mueres con terribles dolores, me quitaron la imagen idílica que tenía de este país.

Nueva Zelanda es otra cosa: es más hospitalaria, pero es como estar en Europa, pero en las Antípodas. Si volvería como viajero impenitente que soy, pero vivir en este continente tan alejado de todo y tan aislado es otra cosa.