Albania

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Llegar a un país al que se me prohibía expresamente viajar durante la época de la Dictadura de Franco en España y que estaba en el pasaporte como uno de los países vetados por el entonces gobierno de mi país, aunque hayan pasado ya años de esa prohibición, da un aire de misterio al viaje.

¿Qué será lo que tenía Albania para estar tan prohibido el viaje a ella por el régimen de Franco? Pues, a primera vista, nunca creo que lo llegue a saber porque la imagen que tiene ahora de país en construcción, es desoladora.

Si uno entra por la frontera de Macedonia bordeando el Lago Ojrid, el cambio es dramático y la cantidad de pobreza con la que uno se encuentra, es proporcional a la suciedad que acompaña a las carreteras, pero conforme uno se adentra en el país y se adivina que detrás de cada montaña, nos espera el Adriático, tu concepto de la realidad cambia.

Jamás en mi vida he visto tantas posibilidades de repostar combustible como en este país: hay más gasolineras por kilómetros cuadrado que en ningún otro lugar del mundo que yo conozca. También la orografía se hace cada vez más abrupta y uno se da cuenta que detrás de esa montaña, no está el ansiado Adriático, sino otra montaña si cabe más alta y escarpada. Eso sí: no aceptan tarjetas de crédito, aunque lo ponga en la puerta, así que tráete el dinero en su moneda o euros porque te las puedes ver y desear para repostar.

La circulación y el tráfico automovilístico en este país no son aptos para novatos. Hay que tener muchas horas al volante para adivinar que quería decir esa señal borrada por el tiempo y además en albano y adivinar además qué va a hacer el que te viene por la derecha, izquierda o lo que sea. Te puedes encontrar que en un paso de montaña con una buena carretera, de repente en medio de la noche, el coche de delante es un camión de los años 50 sin luces y que no te has empotrado antes con él porque Dios es grande.

Pero, por otro lado, puedes parar también de repente para comer y encontrarte después de haber dejado atrás muchas fábricas abandonadas cayéndose al suelo, un bar al borde de la carretera que resulta ser un restaurante con terrazas maravillosas sobre un río de aguas cristalinas que fluyen por tus pies mientras te terminas un chuletón con patatas fritas y ensalada.

La palabra autopista sólo existe en el subconsciente de los albanos cuando se acerca a la capital que es la única que tiene una autopista decente que la circunvala. Si vas a Italia en barco desde Dürres, te salva que todo el mundo habla italiano y te indican el camino porque está pésimanente indicado cómo llegar al tragheto. Cruzar el Adriático y llegar a ciudades italianas como Bari es como llegar a otro planeta.

La presencia de minaretes por doquier, te recuerda que hay muchos musulmanes en esta parte de Europa y aunque hay algún que otro templo ortodoxo, cuanto uno más se adentra en Albania desde Macedonia, más desaparecen los templos y monasterios ortodoxos y más presentes están las mezquitas, los minaretes y las montañas blancas que dan nombre al país (del latín «albus»= blanco).